El vínculo con la madre
El vínculo que tuvimos con nuestra
madre en nuestra primera infancia configura todos nuestros vínculos desde
personas hasta el dinero. Así de importante es.
Nuestro diseño como especie humana
nos lleva a buscar el placer para vivir. Este impulso comienza en
el útero que es un perfecto paraíso y es un continuum placentero durante el parto,
seguido de la impronta, la exterogestación, lactancia y crianza. Una etapa se enlaza con la otra, asegurando que los procesos en todos los planos (físico, emocional, energético) fluyan y se potencien. La oxitocina lidera
todas estas instancias, dando la información del placer que se siente
en el alma y en el cuerpo. Un parto en intimidad, oscuridad, a tiempo, asegura
la liberación necesaria de oxitocina, con ello, un parto placentero. Un parto placentero
asegura una descarga descomunal de oxitocina como nunca en toda la vida y de otras
sustancias opiáceas que producen un real enamoramiento y un deseo desenfrenado
de simbiosis con el bebé. Este potente fenómeno llamado Impronta, ocurre en las dos primeras horas luego del parto. Esto asegura una lactancia placentera, un apego
seguro, promueve la exterogestación y la conexión en el plano emocional con el
bebé para entender y traducir sin necesidad de manual alguno lo que la criatura manifiesta. Todos estos acontecimientos facilitan la
crianza que en los primeros años va a implicar una cercanía física y psíquica muy importante con la madre.
Lamentablemente esto no pasó en la
mayoría de nosotr@s. La mayoría no atravesamos las etapas de esta
forma: no nacimos así y fuimos separadas de nuestras madres al poquito de nacer, perdiendo la impronta.
Con el cliché de que la infancia es la mejor época de nuestra vida, es fácil pensar que fue maravillosa porque a su vez no recordamos todo y además tenemos muchos mecanismos para sobrevivir a la falta de placer. La mayoría nacimos en partos
hospitalarios que ya garantizan un entorpecimiento de las primeras etapas sobre
todo la impronta, por más buena voluntad que haya por parte del personal de
salud. Afortunadamente aunque sin impronta se puede generar apego. Luego
nuestra crianza en la mayoría de los casos fue muy operativa pero carente de
conexión emocional, o muy autoritaria, o de poco contacto físico, poca mirada, falta de palabras, aridez emocional, poca vitalidad o reglas muy
rígidas para nuestro universo infantil. Y más explícito golpes y palizas.
Esto entra dentro de la lógica de dominación de unos sobre otros de esta civilización patriarcal en la que vivimos desde hace 5000 años, que obligatoriamente necesita individuos desconectados, sumisos y agresivos, que vivan en un permanente estado de carencia (afectiva y material). Si
hace 5000 años estamos en este berenjenal, tampoco nuestras madres
corrieron con mejor suerte. Es decir que también tienen heridas.
En constelaciones familiares, la familia se considera un
sistema y dicho sistema tiene un orden para funcionar armoniosamente. Los
padres se colocan detrás de sus hijos y los miran. Lo que sucede con mucha
frecuencia, debido a todo lo mencionado, es que nuestras madres crecieron físicamente es decir, son adultas corporalmente pero emocionalmente son niñas con heridas a cuestas y no pudieron mirarnos como necesitamos. Nosotras en nuestra
calidad de niñas y nuestra necesidad vital de ser miradas y amadas, las miramos a ellas perdiendo mucha energía vital. Aclaremos que esto sucede siempre
desde el amor. Todas las madres hacen todo lo mejor y desde la capacidad de
amar que tengan. Esto no es una invitación a juzgar a las madres ni a
crucificarlas. Esto es una invitación a mirar lo que hay y comprender que esas
heridas se dan dentro de un contexto y una cultura y que nuestras madres son
víctimas de esto también. Así como las madres deben mirar a sus hijas, los
hijos tienen que agradecer siempre, no importa como sea la relación actual o
como haya sido en el pasado, el hecho de que nuestra madre nos dio la vida.
Durante nuestra infancia se estructura dentro nuestro una energía masculina (que nos lleva a concretar), nuestra niña interior que vibra con la alegría, el juego, la creatividad y nos conecta con los niños reales hoy y la madre interna. La madre interna es nuestra intuición, nos cuida, nos levanta en momentos tristes, nos recompone. La madre interna es análoga a nuestra madre real, a nuestra experiencia con nuestra madre. Estas figuras viven para siempre en nosotras. Y necesitan alimento espiritual.
Todas las dificultades que se
presentan en la vida actual, aunque hayamos comenzado de nuevo, tienen su raíz
en ese vínculo. Por eso comenzamos este ciclo de círculos, para poner el pie en
esta base tan importante. Sin dedicar a través del camino que sea, un tiempo a sanar
este lazo, muchas cosas se van a trancar, y vamos a dar vueltas sobre los
mismos temas ilimitadas veces.
El hecho de verlo ya comienza a trabajar. Hay veces que no alcanza una vida para sanar porque hay mucha carga,
pero seguro abrimos un canal y vamos asegurando limpiar el camino para las
siguientes generaciones.
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