Círculo de mujeres

Círculo de mujeres
Los Círculos de Mujeres han sido una forma de vincularse entre mujeres de todas las edades desde el comienzo de los tiempos. En la era prepatriarcal hace por lo menos 5000 años era la práctica diaria y así se hacía tribu. Cuando las mujeres se juntan de esta manera circula la sabiduría ancestral y muchísima oxitocina, la hormona del amor, del cuidado y del placer, principio vital básico. En los círculos se está en cuerpo, alma y espíritu. Se está aquí y ahora ya que el tiempo se detiene durante el encuentro. Se cocina, se canta, se baila y a través de la potencia de muchas mujeres juntas, se facilita el reconocimiento de nuestra naturaleza salvaje, de nuestro Sí mismo, de nuestra integridad. La energía femenina fluye y ése es uno de sus cometidos: el despliegue de la naturaleza cíclica del Ser mujer, nuestra sexualidad, nuestro empoderamiento como Ser nutricio, creativo y dador de vida. El Círculo nos cobija al igual que el Útero, para abrir el corazón, sacar nuestra luz y sombra sin miedo y renacer si es necesario. Se teje una red de confianza y un pacto de confidencialidad. En cada Círculo se enraíza nuestro vínculo directo con la Madre Tierra y todos sus misterios...

viernes, 15 de noviembre de 2013


Enseñar las vergüenzas 

Me enseñaron la vergüenza.

Me enseñaron a avergonzarme de mi cuerpo, de mis actos, de mis pensamientos.
Me enseñaron que lo que pienso es absurdo, que lo que hago es ridículo, que lo que deseo es sucio.
Y aprendí a no decir lo que pensaba, por vergüenza de que alguien a mi alrededor pensara algo mejor.
Y aprendí a no hacer lo que me apetecía, por vergüenza de que alguien a mi alrededor creyera que era inoportuno.
Y aprendí a no perseguir lo que deseaba, por vergüenza de que alguien a mi alrededor opinara que era inapropiado.
No contenta con someterme a la mirada externa, me plegué también a la vergüenza ajena.
Y aprendí a preguntarle a la vergüenza cómo vestirme, no vaya a ser que alguien pensara que voy buscando gustar, destacar. Y aprendí a escuchar a la vergüenza al desnudarme, no vaya a ser que me sintiera cómoda en mi cuerpo, y me acostumbrara a enseñar(me)lo sin miedo. Y aprendí a consultar con la vergüenza antes de abrir la boca, no vaya a ser que dijera sin filtro lo que me pasa por la cabeza, y se enterara la gente.
Y dejé de bailar, de reír a carcajadas, de rascarme el culo, de preguntar lo que no entiendo, de opinar lo que pienso, de compartir lo que siento, de pedir ayuda, de ponerme faldas, de ir a la playa, de comer o llorar en la calle, de ir sin sujetador, de pintarme, de salir sin pintar, de bajar a la calle despeinada, de usar esa ropa que dicen que no me pega nada, de llamar a quien echo de menos, de tomar la iniciativa, de decir que no, de decir que sí, de quejarme, de vanagloriarme, de estar orgullosa, de admitir que estoy asustada.
Y, a base de sentirme cada día más avergonzada, entendí que mi vergüenza nunca iba a sentirse saciada. Que toda la vida iba a imponerse entre yo y mi representante impostada. Así que busqué a mi sinvergüenza interna. Y le costó salir un poco, le daba vergüenza. Pero acabó sacándome a bailar, haciéndome dúo al cantar, saliendo conmigo a la calle con la cara sin lavar, animándome a hablar, a ignorar las cosas que me deberían avergonzar...
Y ahora no tengo tiempo para sentir vergüenza. Estoy ocupada viviendo.

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